lunes, 15 de febrero de 2010

Sobre ciertas soledades

Hay corazones que Dios no podría mirar sin perder su inocencia. La tristeza comenzó más acá de la creación: si el Creador hubiera penetrado antes en el mundo hubiera comprometido su equilibrio. Quien cree que aún puede morir no ha conocido ciertas soledades, ni lo inevitable de la inmortalidad percibida en ciertas angustias...
La suerte de los modernos es haber localizado el infierno en nosotros: si hubiéramos conservado su figura antigua, el miedo, sostenido por dos mil años de amenazas, nos hubiera petrificado. Ya no hay espantos sin trasponer a lo subjetivo: la psicología es nuestra salvación, nuestra falsa puerta de escape. Antaño, se reputó que este mundo había surgido de un bostezo del diablo; hoy, sólo es error de los sentidos, prejuicio del espíritu, vicio del sentimiento. Sabemos a qué atenernos respecto a la visión del Juicio de Santa Hildegarda o ante la del infierno de Santa Teresa: lo sublime trátese del horror o de lo elevado está clasificado en cualquier tratado de enfermedades mentales. Y aunque nuestros males nos son conocidos, no por eso estamos libres de visiones; pero ya no creemos en ellas. Versados en la química de los misterios, lo explicamos todo, hasta nuestras lágrimas. Algo permanece, empero, inexplicable: si el alma es tan poca cosa, ¿de dónde viene nuestro sentimiento de la soledad?, ¿qué espacio ocupa? ¿Y cómo reemplaza, de golpe, la inmensa realidad desvanecida?

Emile cioran

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